martes, 5 de mayo de 2009

Lepra

Los fines de semana, a veces, veo Bricomanía. El presentador, Kristian Pielhoff, se mueve por el taller, arriba y a bajo, limpio, casi transparente, haciendo cosas maravillosas sólo con las manos y un poco de adhesivo. Cuando algo le va a tomar más de dos o tres minutos, como tirar un tabique o darle dos o tres capas de barniz a un complejo turístico sueco de cabañas, saunas y trineos, te coloca un Briconsejo. Y al volver está acabando. Al acabar el programa piensas que deberías ser como él.
Teníamos (y tenemos) el piso por pintar. Y vi Bricomanía. Después de eso, mientras piensas en Braveheart y Kristian Pielhoff, inevitablemente decides que Tú Puedes Hacerlo.
Te vas a una gran superficie de bricolaje. Descubres que hay muchas cosas que nunca has imaginado que alguien podría necesitar, y muchas personas dispuestas a comprarlas. Te paseas intentando que parezca que sabes lo que haces. Durante diez minutos buscas algún letrero que te diga dónde está la pintura, sospechando que en el argot de esta gente debe existir una palabra rara para la pintura (recubrimientos superficiales, tratamientos finales, pigmentos monocromos, polímeros decorativos). Por suerte, el creativo de la empresa tenía fiesta el día que etiquetaron el pasillo de las pinturas y su suplente no estaba a la altura, así que llamó "Pinturas" al pasillo de las pinturas. Seguramente lo despidieron. Pobre hombre.
Contemplas durante un buen rato una variedad exagerada de colores y sabores. Descubres que el creativo de la empresa sí que trabajaba el día que pusieron adjetivos a las pinturas. Cuando te rindes y decides que no hay razón evidente para que dos botes del mismo tamaño de pintura plástica mate satinada blanca lavable tengan diferencias de precio tan grandes, te llevas el segundo o tercer producto más caro (por aquello del "por algo será") y arrastras unos botes que son demasiado pequeños para pintar completamente ninguna habitación y demasiado grandes para moverlos sin luxarte algo. Que alguien les ponga ruedecitas, por favor.
Llegas al piso. Te vistes. Llamas por teléfono. Al parecer la pintura lleva agua. Un rodillo. Gotas de pintura por el suelo. ¿Papel de periódico sí o no? ¿Cuánto puedes tardar en fregar antes de que se seque? La cinta de carrocero deja pasar la pintura por detrás. Estupendo. ¿Para qué carajo la he puesto, pues? ¿Es una tradición, o algo? Al parecer las esquinas y bordes hay que hacerla con brocha. ¿No hay otra manera? ¿Tengo que mover la escalera por tooooooda la casa?
Segunda capa, un día después. Jodido, pero orgulloso. La pared tiene algunos sospechosos huecos diminutos. Pero tranquilo, para eso das otra capa. Coges el rodillo, lo cargas, lo escurres, lo llevas contra la pared y, al girar sobre los huecos diminutos, la pintura que tardaste tres horas en poner el día anterior decide que esa pared no es la suya. Salta, en tiras. Se enrolla en el rodillo. Estupefacto, pasas la mano por otro de los huecos diminutos, y te queda envuelta en una película de pintura plástica mate satinada blanca lavable.
Mi pared tiene lepra, ¡joder! Aluminosis, terremotos, boquetes, humedad. Eso vale. Enfermedades decentes para una pared honrada. ¿Lepra? ¿Es una broma?
Kristian Pielhoff, no me preparaste para esto. Me has engañado. Nunca te has enfrentado a las paredes con lepra. Sabías que existían, y las ignoraste. Has perdido un espectador, Kristian Pielhoff. A partir de hoy sólo veré al tío de las plantas.


4 comentarios:

  1. ME MEO, de verdad, ME MEO TOO entero por encima y por debajo. Buenísimo. ¿Has pensado en presentarlo a algun concurso de literatura?

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  2. Y eso que no has visto nunca a la tía de DECOGARDEN. Bricolaje con tops y tacones de 12 cm, señora!

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  3. Genial. Sencillamente genial. Y no es porque sea tu compañero de piso.

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  4. @Maria: Si Kristian hiciera Bricomanía con top y tacones de 12 cm, quizás volvería a verlo.
    @Oscar, @Javi: No somos dignos, no somos dignos.

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